sábado, 20 de julio de 2013

AGOTES EN ARAGON. 1ª PARTE. Fuente. Bastian Lasierra.



Sí, ya sé que al hablar de “agotes”, o “cagots”, o “gafos”, que todos estos nombres tenían -y algunos más como luego veremos-, inmediatamente pensamos en Navarra, sobre todo en el barrio de Bozate, en Arizcun, en el Baztán, cerca de Elizondo, o, a lo más, en el Roncal. Pero, ¿agotes en Aragón?.
Hace unos cuantos años, al arreglar la iglesia parroquial de Plan, cuya noble piedra había sido embadurnada por la fiebre enyesadota y encaladora del siglo diecinueve, apareció una extraña portezuela debajo del coro, en el ángulo izquierdo del templo.
Desde luego, no podía estar allí para dar paso al cementerio, que justo se encontraba en el lado contrario, ni como una entrada a la sacristía o a la torre, por la misma razón. Además, su insignificante tamaño, como para ser cruzada encorvado o agachado, eliminaba toda otra posibilidad como, por ejemplo, la del paso hacia el baptisterio.
¿Qué pintaba allí esa puerta?.
¿Qué misterio tenía?.
¿Hasta aquí habían llegado los agotes?.

Lo mismo nos sucedía con las brujas, que por lo visto solamente se daban en Euskalerría o en Galicia, hasta que descubrimos su apabullante abundancia en el Alto Aragón.
Que en Aragón tenemos de todo, que os lo digo yo. Lo malo es que no nos hemos enterado y seguiremos sin enterarnos por falta de investigadores y de apoyo a la investigación. Y esto no va por nadie, ya se ve…

Pero bueno, ¿quiénes eran y qué hicieron los agotes?.
Un profundo desconcierto sobre su origen llevó en otro tiempo a considerarlos relacionados con otras poblaciones malditas, como “los vaqueros de Asturias”, “los chuetas de Mallorca” o “los cretinos de los Pirineos”.
Hoy sabemos que nada tienen que ver con ellos, como no sea un aspecto exterior un poco deprimente, que en todos ellos solamente tienen el significado de una endogamia total, ya que nadie quería emparentar con ellos.
Tampoco son de raza vasca, aunque la pequeña comunidad que queda de ellos sin mezclar hable euskera, por vivir en una zona que casi desconoce el castellano.
Pero el factor Rh de su sangre descarta claramente esa procedencia.

Durante la Edad Media se les consideraba leprosos y eso parece indicar el nombre de “gafo”, “mesiello”, “meseguero” o “mesuma” y hasta “cristianos de San Lázaro” con que se los conocía.
Esto y también la creencia muy extendida de que su presencia producía un hedor insoportable, nauseabundo, fue el factor más determinante para la marginación que siempre sufrieron.
Y, por supuesto, también su carga religiosa, en unos tiempos de profunda fe pero de una gran intolerancia por la obsesión de no mezclarse con herejes. Se los creía descendientes de albigenses o arrianos y godos.
Se les perseguía por profesar la fe de los cátaros, quienes rechazaban el poder y la riqueza de la Iglesia. La palabra “cagot” o “casgot” significa precisamente “perro gordo”, y lo que está claro es que a España vinieron desde el Bearne, procedentes de la zona de Albi (tierra de albigenses).
¿Cómo iban a entrar solamente en Navarra, con el contacto intensísimo que el Alto Aragón ha tenido siempre con el “Aragón” del otro lado del Pirineo?.
Otra cosa curiosa: se habla del Euskadi francés (los iparretarrak, los del norte); de los navarros franceses de la Benabarra, que significa lo mismo que Benabarre: “Navarra la Baja”; se habla de los catalanes franceses de la parte de Perpignan. Bien. Parece que hay razón para ello.
Pero, ¿por qué nunca se dice los aragoneses franceses, como han sido en realidad los bearneses y los aregianos?.
Bueno. Punto y coma aquí…
Y sigo con el tema.
Si las gentes los consideraban albigenses, ellos se esforzaban por aparecer como auténticos cristianos, y por eso recibieron también el nombre de “cristianos nuevos”.
Pero su presencia dentro de la Iglesia fue tan condicionada como fuera de ella: tenían que colocarse debajo del coro, no podían pasar a hacer ofrendas, la comunión la tenían que recibir al final de todos, incluso después que las mujeres y los niños, la paz se les daba con diferente portapaz o, cuando no tenían dos, besaban el reverso del mismo. Y se les hacía entrar en el templo por diferente puerta, generalmente bajita y humilladora, lejos de la principal. Este es el rasgo más importante para descubrir su presencia, aunque esas puertecicas estén tabicadas.

Aún había más. En el Roncal, por ejemplo, no podían vestir el traje roncalés con sus ribetes colorados en los capotes y nunca eran reconocidos como ciudadanos. No podían poseer tierras y, probablemente, por esta razón se dedicaron en todos los sitios a oficios artesanos, considerados como bajos frente a los labradores y ganaderos.
Fueron, pues, herreros, tamborileros, y con mucha frecuencia de oficios relacionados con la madera: leñadores, torneros, carpinteros, toneleros…
Pero lo más infamante para ellos, junto con la entrada vergonzante a la iglesia, fue la obligación de llevar cosida en la ropa una pata de oca roja sobre el omoplato izquierdo para que todo el mundo detectase su presencia y pudiera huir de ellos. El nombre de “gafos” significa precisamente “mano en garra”.
Una inspección de puertas laterales por las iglesias del norte de Aragón nos acusa su presencia en Ansó, Fago, Echo, Majones, Salvatierra, Sigüés, Berdún, Villanúa, Castiello, Barós y muchos lugares más.

La sorpresa es encontrar también dicha puerta en Plan.
lguien opinará que este dato no es suficiente para afirmar su presencia entre nosotros. Y le doy la razón, aunque no deja de ser una pista.
Pero lo que me indujo a buscar el rastro de los agotes en el Pirineo fue un documento del siglo XVI en el que se querellan en los tribunales de Pamplona nada menos que ciento sesenta agotes.
Entre ellos aparecen no pocos aragoneses.

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