Es
cierto que existen diversas teorías sobre el origen de los agotes: franceses,
godos, cátaros… Pero sea como fuere, este origen distinto hizo que sufrieran
discriminaciones por diferencias religiosas.
Por
regla general, en ningún caso los agotes podían mezclarse con los no agotes.
Por ello, tenían su propia puerta de entrada. Se situaba en la parte trasera de
la iglesia, de manera que esto les impedía acceder como el resto por la
fachada, en la calle principal del pueblo.
En
la actualidad, se encuentra tapiada, lejos de cumplir su función en el pasado.
Pero esto no era suficiente, y la cuestión no quedaba en algo superficial.
Las
prácticas en el interior de la iglesia también debían quedar diferenciadas.
Tenían
su propio espacio para escuchar la misa. En la mayoría de las iglesias
navarras, como en la de Arizkun, éste se encontraba al fondo a la izquierda,
bajo el coro.
No
podían sentarse en los bancos, por lo que permanecían de pie al fondo, junto a
la pared.
Tenían
prohibido acceder a la parte delantera del templo, es decir, no podían
acercarse al altar.
Normalmente,
su límite se trazaba con una raya en el suelo.
En
el caso de la iglesia de Arizkun, era una verja la que limitaba el paso de los
agotes. Según Xabier Santxotena, nieto e hijo de agotes (y, por tanto, uno
más), no podían llevar las ofrendas ellos mismos. Y menos ofrecer pan, tan sólo
cera o dinero.
Además,
la iglesia tuvo en el pasado (hoy en día sólo conserva una de ellas) dos pilas
bautismales. Una para los agotes, otra para los navarros (la que se encuentra
hoy en día en la iglesia).
Según
Mª del Carmen Aguirre Delclaux, a veces debían usar un pequeño bastoncillo de
madera para no meter los dedos. Y no se tocaban las campanas de la iglesia por
ellos.
“Se
les enterraba al caer la tarde y sin campanas, no podían esperar el comienzo de
la misa sentados en los bancos, cuando el monaguillo pasaba para recoger la
ofrenda, antes de llegar a los agotes le daba la vuelta al saco para no mezclar
los panes, se les daba la paz con la patena puesta al revés”.
Xabier
Santxotena cuenta que un rincón del cementerio (alrededor de un 5%) quedaba sin
consagrar.
Era
el lugar en el que judíos, excomulgados, malditos, hechiceros, señoritas de mal
vivir, suicidas y agotes eran enterrados.
La
justificación de este acto venía dada por una costumbre de los agotes que la Iglesia de Roma no
admitió: creían en el poder purificador del fuego, por lo que incineraban los
cadáveres y enterraban las cenizas en monumentos megalíticos. Práctica pagana
para los cristianos en la
Edad Media.
Llegados
a esta situación, agotes de la diócesis de Pamplona y de Bayona, Dax, Huesca y
Jaca, suplicaron al papa León X una solución.
Llevaron
sus quejas sobre la discriminación que sufrían por parte de los párrocos. Pidieron
el nombramiento de tres jueces, para que una vez comprobada la verdad de lo
dicho en tal petición, velase por ellos y los integrase, bajo penas por
incumplimiento.
El
Papa no les defraudó, pero sí la pasividad de los tres jueces de la catedral de
Pamplona.
Así
pues, los agotes recurrieron a las Cortes de Navarra, que en 1517 les dieron la
razón y rogaron a los eclesiásticos que actuasen.
Al
fin, en 1519, uno de los jueces designados, Juan de Santa María, consiguió que
recuperasen sus derechos y mandó a los párrocos que acogiesen a los agotes como
verdaderos cristianos.
Pero
la mentalidad no cambió tan rápido. Sencillamente, no cambio.
En
la actualidad no se realizan discriminaciones comparables, pero el sentimiento
de inferioridad sigue vivo entre los habitantes de Bozate, barrio de agotes.
Xabier Santxotena asegura que no hay gran entusiasmo por considerarse agotes:
“Les resulta incómodo hablarte de ellos mismos, de su historia. Es un
sentimiento de inferioridad creado por el no saber y el no querer saber”.
Fuente.
www.unav.es/fcom/mmlab/reportajes2008/44/iglesia.htm
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